17 oct 2011

Otoño

De camino al autobús. Una pareja de señoras charla animadamente sobre el próximo viaje del IMSERSO que van a hacer. A pocos pasos, unos niños se entretienen jugando al trompo. A la memoria, sin poder evitarlo, acuden recuerdos de tus propios abuelos, cuando venían cargados de historias de su último viaje a Mallorca, a Cantabria o donde fuese. Y al mismo tiempo, recuerdas cuando eras tú mismo el que lanzaba el trompo en el patio del colegio, aquella época en la que la moneda de cinco duros se ataba al final de la cuerda. Y reconoces que aunque no se te diera muy bien lo de hacer bailar el trompo, eras capaz de sacarle alguna que otra canica a tus compañeros y completar el albúm de estampas de la Liga fichajes de última hora incluidos.

Estos pensamientos apartan por un instante, la mezcla de felicidad y melancolía que venías rumiando de camino a la parada del autobús. Hacía menos de una hora, una azafata de aeropuerto veía cómo una pareja se negaba al último beso e intentaba prolongar, eternizar acaso, la última mirada, el último abrazo... antes de que ella tuviera que embarcar. Quizá la azafata no lo supiera, pero en su mente seguro que estaba aquel verso de Aleixandre que decía «Se querían, sabedlo». Era justo eso lo que él y ella hacían en aquel momento. Quererse. Porque eso habían estado esperando durante tanto tiempo. Ella no era consciente, pero él llevaba buscándola mucho tiempo. Es cierto que desconocía su nombre, su rostro, el olor de su pelo, la cadencia de su voz, la suavidad de su piel, su mirada infinita... Pero él sabía que era a ella a quien tenía que encontrar. Y lo hizo. Y ahora se separaban, no había más remedio, pero se separaban unidos, enlazadas las manos y el pensamiento, las ilusiones, las ganas de vivir una historia juntos. Aunque no estuviera en su maleta, había metido lo mejor de él para que ella lo llevara siempre consigo. No lo sabía, pero su sola presencia le hacía feliz. Y no podía sentirse más afortunado por ello.

Mientras el autobús se acerca a la parada, piensas que el buen tiempo no es el único regalo que el otoño te ha hecho. Si lo recuerdas, empezaste la estación con ella y te quedan por delante muchos otoños para compartir. Es en tardes como ésta, cuando entiendes la ilusión de un viaje a Benidorm para jubilados y cuando descubres la inmensa belleza de una peonza girando bajo la luz de una farola en un día de otoño cualquiera.

13 oct 2011

Diccionario de Términos Médicos

Hace un par de semanas se presentó en Madrid el Diccionario de Términos Médicos (DTM) de la Real Academia Nacional de Medicina. Este hecho marca un hito muy importante en la historia de la Medicina en español pues, hasta la fecha, no se disponía de ninguna obra de similares características.



Los diccionarios médicos disponibles actualmente y que se han venido utilizando eran, sobre todo, traducciones de otros originales en inglés. Y es mérito de la editorial Médica Panamericana, editora del diccionario, haber puesto fin al vacío que tenía la lexicografía médica en nuestro idioma.

¿Qué aporta este diccionario? Lo más evidente es que nos presenta el lenguaje médico que se usa en la práctica clínica diaria tanto en España como en toda la América hispanohablante. Y lo hace de manera normativa, es decir, que a partir de ahora, cuando dudemos sobre el significado o la ortografía de un término, disponemos de una fuente que establece qué es correcto y qué no lo es. Además, en sus más de 52000 entradas, recoge diferentes acepciones de palabras que según donde se empleen, adquieren un significado distinto. Por poner un ejemplo, la palabra «fatiga», que en algunas regiones de España se emplea como sinónimo de náusea, pero que en el diccionario viene además con los significados de cansancio y disnea. Y otro más: a pesar de ver sistemáticamente escrita la expresión caput sucedaneum, el diccionario establece que la forma correcta es caput succedaneum. Y así, mil más, con lo que ya no volveremos a tener excusa para cometer errores al escribir expresiones latinas o procedentes de otros idiomas.

El diccionario incorpora en la entrada de cada palabra su traducción al inglés, sus distintos usos, sinónimos, etimologías, observaciones sobre pronunciación, referencias a otros conceptos relacionados… Incluso biografías de importantes nombres de la Medicina. Son muchas las características que hacen de este diccionario una herramienta fundamental para todo estudiante, médico o profesional relacionado con la salud.

Y por si todo ello fuera poco, dispone también de versión electrónica para ordenadores, móviles y tabletas. De esta forma, podemos llevar el DTM en el bolsillo de la bata y consultar cualquier duda en cualquier momento.

Con todo lo expuesto hasta aquí creo que no exagero si digo que el diccionario está llamado a ser un libro imprescindible para todo aquél dedicado a la Medicina. Como estudiante que ya lo está usando, me resulta un complemento perfecto para estudiar y tenerlo siempre cerca de los apuntes o del libro de texto.

La publicación de este diccionario es, sin lugar a dudas, un motivo de orgullo para todos aquellos que hacemos Medicina en español.

21 ago 2011

Carver

Domingo por la noche. La casa está en calma. La luz roja de la BlackBerry lleva un rato sin parpadear. En  Twitter una interesante discusión sobre las dosis tóxicas y letales del paracetamol que no tengo ganas de leer. Y en los auriculares suena Fistful of love, de Antony and the Johnsons, que van a seguir sonando mientras escribo esto.

El libro de Carver, Tres rosas amarillas, ya está en la estantería, junto a Si me necesitas, llámame, del mismo autor. Leer a Carver me produce muchas sensaciones; me encanta su manera de escribir, su lenguaje claro, sencillo, sin ningún tipo de aspaviento. Su prosa es limpia, sencilla, pero cargada de significados, de ambientes, de experiencias humanas. Sus páginas, su manera de resaltar en cursiva algunos detalles, algunos pensamientos de sus personajes, transportan al lector, a mí, hasta la habitación de un hotel donde Chéjov está a punto de morir o hasta algún lugar perdido de Estados Unidos donde un marido arrepentido le dice a su mujer «Si me necesitas, llámame», para acto seguido volver a llamar a su amante. Leer cómo una mujer deja a su marido en una surrealista escena protagonizada por un par de caballos extraviados, me produce un gran desasosiego. Se activa algo visceral en mí, una mezcla de rechazo y admiración por la historia y por cómo es contada.

Carver escribe sobre la vida, sobre situaciones que probablemente estén pasando ahora mismo, mientras las agencias empiezan a anunciar que Gaddafi ha sido capturado (¿quién se quedará ahora con el petróleo?). Habla sobre la cotidianeidad de la ruptura, del miedo, del hastío, del fracaso humano. Experiencias que, en mayor o menor grado, todos hemos sentido. Todos hemos fracasado. Todos hemos sido abandonados.

Una sensación extraña siento en mis brazos. ¿Miedo, nervios? No lo sé, pero no me gusta. Siento que me estoy embarcando en una aventura demasiado arriesgada. Y no veo ningún apoyo. Incertidumbre. Jamás me gustó sentirme así. Cuando los acontecimientos no dependen de uno. Cuando crees saber, pero no sabes lo que cree. ¿En qué estará pensando? ¿Qué estará sintiendo? ¿Qué significan sus palabras? Y lo que todavía es más importante, ¿qué significan sus silencios? Es una locura, y me encanta, pero me aterroriza. Supongo que como todas las grandes experiencias. Si otros lo han conseguido (y se me vienen muchos nombres a la memoria), por qué yo no. Adelante me digo, y a la vez soy incapaz de dar el primer paso. Necesito que me quites el miedo, necesito saber, necesito que me enseñes. Quiero volver a creer, pero necesito que me cojas de la mano y me enseñes el camino. Por favor. Y si no quieres hacerlo, no lo hagas, pero no prolongues mis anhelos, no me lleves a la esperanza para dejarme a mitad de camino. Por favor. No quiero tener miedo. Sólo quiero conocer, conocerte. ¿Vendrás? Mi única promesa es la lealtad.

Me hubiera gustado conocer a Carver, sentir en su voz sus historias, su aparente desesperanza y la cruda realidad de sus historias, donde lo más banal y más bajo se hace bello, como el adiós o la muerte. Pero él murió el año en que yo nací. 

(Pido perdón por este montón de frases sin un sentido aparente. Todo sigue como al principio).

15 ago 2011

Mentir

Tengo una pregunta apuntada en un taco de notas sobre mi mesa. Y arriba el título de la entrada de hoy, «Mentir».

La pregunta es ¿Por qué mentimos? Todos hemos mentido alguna vez, todos mentimos. Y a todos nos han mentido. En cosas más o menos importantes, con mayor o menor repercusión, produciendo más o menos daño, la mentira está presente en el vivir de cada uno de nosotros.
¿Qué nos mueve a mentir? ¿Qué esperamos, qué evitamos cuando mentimos? Mentir es un mecanismo de defensa, de evitación del daño. Mentimos para ser quienes no somos, para agradar a quien tenemos delante, para que no piensen determinadas cosas y sí piensen otras... Somos capaces de mirar a los ojos a alguien, muchas veces a alguien a quien queremos, y mentirle. Engañarle. Hacer ver una realidad que no es tal, que no es sino lo que quisiéramos que fuera, pero que no es y que nunca será.

Presentamos mundos falsos, historias falsas, vidas que no hemos vivido... miramos a los ojos, pensamos «le quiero» y a la vez le mentimos. El acto más común de hipocresía. Y el más terrible. Mentimos a los demás, pero lo que en realidad hacemos es mentirnos a nosotros mismos. Pretendemos asentarnos sobre unas bases espurias creyendo que así seremos mejores, más fuertes. ¿Sin un sostén real? Difícil.

¿Cuándo creamos el problema de la verdad? ¿Cuándo empezamos a avergonzarnos tanto de nosotros mismos? Si todos hemos tenido buenas y malas experiencias, todos hemos sufrido, todos hemos disfrutado de personas, de momentos, de lugares... Nuestras vidas no merecen ser ocultadas, ser empañadas con un halo de fantasía; su cruda realidad, su fealdad y su belleza simultáneas son lo más preciado que podemos ofrecer a alguien. Y de paso nos ahorramos mucho sufrimiento posterior. Esas bandas de fibrosis que se nos marcan en la vida no restan un ápice de belleza a lo que somos. A lo que hemos sido y a lo que seremos. Las cicatrices, lo feo, lo que nos lleva a mentir, también es nuestro. Y nunca nos lo podremos quitar.

La experiencia de saberte mentido es dura. Son  gotas de agua fría que horadan nuestra confianza, nuestra esperanza, nuestras ilusiones. Poco a poco, pero de manera continua... La experiencia me ha enseñado que no merece la pena; así que  voy a atreverme y voy a ser sincero... y si puedo pedirte algo, lo único que soy capaz de pedirte, es que tú también lo seas.

7 ago 2011

Ser humano

Ocurrió una tarde, tras salir de clase. Caminaba por la calle y, como todos los días, pasó por la puerta de un centro de atención a personas discapacitadas. Había un autobús del que se bajaban personas con distintas edades y distintas discapacidades y varios monitores.

De repente, un pensamiento sacudió su cabeza. ¿Qué estaba viendo? ¿A quién estaba viendo? Por un momento, no podía negarlo, no podía engañarse a sí mismo, había dudado. ¿De qué? De su humanidad. No de la de él, de la de ellos. Esas personas a las que estaba viendo (aquellos rostros característicos del síndrome de Down, aquellos niños y mayores con parálisis cerebrales y demás patologías) no eran como él. Él era un estudiante, y uno de los mejores, un chico sano, activo, con un futuro prometedor por delante. En unos años iba a ser un gran profesional, con un gran sueldo, tendría una pareja de su nivel, etcétera, etcétera.

¿Y ellos? ¿Quiénes eran aquellas personas, tan distintas de él? No supo responderse. No supo ver su humanidad, pues puso su idea de humanidad por encima de ellos... y no sabía por qué. Se sintió mal. Llegó a casa y seguía sintiéndose mal. Se podría decir que aquella idea le producía asco, asco de sí, pero no podía evitarlo. Lo había pensado, era su idea. ¿Por qué?

Por suerte, el tiempo le enseñó a ver la humanidad. Aprendió qué significa y qué es ser humano. Y se dio cuenta, como no, a través de las madres. De las madres que acuden a la consulta con sus hijos (que padecen síndrome de Down, de West, parálisis varias, niños con importantes retrasos psicomotrices, sin control de esfínteres, que no son capaces de articular palabra). Y les ves. Ves a los niños, ves a los padres, a las madres. Ves sus caras, su preocupación, su lucha, su sufrimiento, su conciencia de que están llevando a cabo una tarea que les sobrepasa. Pero ellos la sobrepasan. Y lo hacen por sus hijos. Porque son como cualquier otro. Quizá porque en su debilidad sean más humanos que nosotros. Ser humano es eso. Es ser capaz de sonreír o de tener un mínimo gesto y que a tus padres se les olvide todo el padecimiento y todo lo que llevan a cuestas. Ser humano es ser hijo, es ser un padre abnegado, es ser alguien que deja todo por atender, por cuidar, por... querer a alguien. Más que los cromosomas, más que pertenecer a la misma especie, lo que nos hace humanos es la capacidad de querer, de ser queridos, de abrazar, de transmitir con detalles insignificantes lo más profundo de nuestro ser. Incluso cuando no podemos transmitirlos.

Al cabo, se dio de cuenta de que él también tenía que aprender a ser humano.

1 ago 2011

Rilke


«Apágame los ojos: puedo verte;
ciérrame los oídos: puedo oírte;
y aun sin pies puedo andar para alcanzarte,
y aun sin mi boca puedo conjurarte.
Ampútame los brazos, y te agarro
con este corazón, como con una mano;
detén mi corazón, y latirá el cerebro;
y si lanzas el fuego a mi cerebro
te llevaré sobre mi sangre.»

Rainer Maria Rilke

31 jul 2011

Un paso más

No confiaba en él. No se veía capaz de conseguirlo. Le dijeron «te has quedado vacío» y él se lo creyó. Y se rompió. Profundizaba en su negruga, en su cerrazón; la coraza se le había roto, se la habían roto, y se sentía desprotegido, como si acabara de nacer y hubiera sido abandonado en un lugar inhóspito. Se abandonó y se rindió. Asustado de sí mismo, decidió que la mejor opción era renunciar a la vida, rechazarla y sumirse en su desdicha, hacerla mayúscula y morir en el dolor del recuerdo.

¿Acaso había perdido el sentido? Su vida sí, o eso pensaba él. El mundo le había dado la espalda y él se sumó a esa opción. Se dio la espalda. Y se durmió. Y despertó tumbado en el suelo, las ropas rasgadas, la mirada perdida, la consciencia confusa... Aún no sabía que en ese momento comenzaba su salvación. A su lado, asustada pero decidida, estaba ella. Y le tendió la mano. Su mano. Cualquier otra hubiera fracasado, pero ella no. Ella, la única capaz de rescatarle, decidió hacerlo. Se lo cargó a la espalda -como llevaba haciéndolo tantos años, sin él saberlo- y se puso a caminar. Y con paciencia, consiguió que comenzara a dar los primeros pasos de su renacimiento.
Se fue fortaleciendo, débil todavía. Empezó a caminar solo. Tiró las muletas, le pidió a ella que le dejara intentarlo. Y salió, con miedo, inseguro de sí, pero lo hizo. Dio un paso, y un paso más. Cuando se sintió extenuado, incapaz de un sólo paso más, cometió la bendita locura de intentar dar ese último paso. Lo consiguió. Avanzó un simple paso más. ¿Simple? Estaba al límite. Y sin embargo continuó. Aquel paso fue una victoria. La primera. La primera en la lucha que empazaba a librar contra sí mismo. Se sintió fuerte y continuó, un pie tras otro, la mirada al frente, sin mirar atrás...

Él no lo sabía, pero ya había ganado.

28 jul 2011

Gracias

Rodeado de médicos. Así he pasado el día. Mañana es el último día que voy a estar en Urgencias. Los residentes con los que he estado estas últimas semanas terminan su rotación. Y hemos almorzado juntos. Todo riquísimo y el tinto entraba solo (cosas del calor). Yo era el único estudiante. Pero me encontraba en mi sitio. Algunos adjuntos me decían "bueno, cuando tengas la plaza vas a venir aprendido..." Ojalá, pensaba yo. Me ha gustado escuchar esas palabras, sentir que te acogen, que agradecen que un estudiante muestre interés por su especialidad y que tenga ganas de aprender. Y yo agradezco que ellos tengan ganas de enseñar. Que tengan paciencia para explicarme, para hacerme sentir uno más del grupo. Gracias, a los residentes, a los adjuntos, a las enfermeras y auxiliares... he aprendido mucha Pediatría y he aprendido mucho sobre todo lo que rodea el ejercicio de la Medicina. Creo, y probablemente no exagero, que aprendido más en estas seis semanas de prácticas voluntarias que en muchas asignaturas de la carrera.

(Nota: no me resisto a contar que en una consulta esta mañana, la tía de una paciente se ha pasado toda la consulta echándome miraditas. Cuando se han ido, la residente con la que estaba me ha dicho "Ésa quiere catá un médico").

26 jul 2011

26 de julio

Veintiséis de julio. Dos mil once. Hace un año. Una pregunta y una respuesta. Una sonrisa y un beso, ambos iguales a otros, pero distintos. Un nuevo significado.

Hoy podría ser el primer año de tu vida. Pero no lo es. ¿Todavía no te has dado cuenta?

Hoy he sido capaz de volver a leer a Amalia Bautista y en el libro, sí, el que llevaba el último día que noté tu piel, el único recuerdo que me queda de ti marcaba estos versos:


«(...) Tan sólo estoy segura de una cosa:
no volveré jamás al cementerio
mientras que mi teléfono no suene
y tu voz no me pida una entrevista».

Hoy podrías haber celebrado tu primer año de vida. Y yo contigo. Pero no. Lo siento. Hiciste lo correcto.
Que seas muy feliz...

25 jul 2011

Vivir

Hoy ha nacido el hijo de una prima mía, con la que me une una muy buena relación. Esta tarde he ido al hospital a verla y a conocer a su hijo. Tenía horas de vida (extra-útero) y aún le quedaban restos de vérnix en la piel. Su primer día separado físicamente de su madre. Los recién nacidos transmiten algo. O al menos, a mí me transmiten algo. Y sé que es algo que va más allá de la simple ternura, de la felicidad de ver a un niño sano y a unos padres felices. Cuando veo a un recién nacido, o a un niño pequeño, recupero parte de la fe. Veo la capacidad que creo haber perdido ya. Capacidad de hacer cosas, capacidad de ser bueno, capacidad de sonreír, de disfrutar con las pequeñas cosas de la vida. Vuelvo a ser capaz de sorprenderme con cualquier cosa cotidiana. Veo que la cotidianeidad puede ser un descubrimiento continuo y que se puede disfrutar de casi cualquier cosa... Siento muchas cosas al ver a un niño, siento que todo es posible, que todavía hay esperanza. Creo más en mí y, sobre todo, creo más en los demás.

Tal vez por eso quiera ser pediatra.

(Nota: en los auriculares suena Antony and the Johnsons, muy buenos).

Un par de versos...


«(...) y os diría, os diría mil cosas
si existiesen palabras para ella».

Miguel d'Ors.

21 jul 2011

Coldplay

Hace ahora ocho años que empecé a escuhar a Coldplay... Recuerdo aquellas tardes en las que me sentaba en el alféizar de una ventana que daba a la esquina de Borwinstraße con Budapesterstraße, en Rostock, y mientras me tomaba un té rojo frío me dedicaba simplemente a disfrutar de las letras y las melodías de Coldplay. Echo de menos esas tardes en las que el mundo funcionaba a la perfección, en las que todo estaba bien, en las que no había que preocuparse por nada. Echo de menos cosas y personas que se fueron para no volver... ¿O no tanto?

19 jul 2011

Vejez

Esta mañana. De camino a la parada del autobús. Una pareja de la mano por la calle. De más de ochenta años, cada uno.De la mano. Caminando juntos, al fresco de la mañana. Apoyados cada uno en su bastón y en el otro. No pude evitar fijarme en ellos. Hasta se parecían físicamente. Quizá el paso de los años haya reflejado en el uno el rostro del otro. Y no sólo la cara. No podía evitar fijarme en esas manos entrelazadas. No eran las manos de dos niños cargados de hormonas. No eran las manos de un chico y una chica que empiezan a vivir juntos y tienen toda la ilusión de un mundo por delante. No eran las manos de un matrimonio que espera o que acaba de recibir a un hijo... No. Esas manos eran diferentes. Eran manos añosas, manos esculpidas a base de vida, de sufrimiento, manos recorridas de venas y tendones, sin apenas tejido bajo la piel. Eran unas manos preciosas.

Y de repente una pregunta: ¿Por qué están juntas esas dos manos? ¿Es el amor lo que las une? ¿Se puede amar cuando se tiene la certeza de que la muerte anda cerca? ¿Puede sobrevivir el amor después de tantos años? Me preguntaba si lo que unía aquel par de manos era la costumbre, la necesidad u otra cosa... Pero al final, decidí que lo que las unía era la vida. Una vida juntos, una vida compartida. ¿Y no es el hecho de compartir la base del amor? ¿No se trata de eso? No hay que dar nada, no hay que esperar nada... sólo compartir. Y esa pareja de ancianos lo hacía. Compartían un pasado, una vida juntos, unos hijos y unos nietos tal vez, alegrías y penas, desilusiones y la decrepitud de la vejez. Compartían sus manos. Se compartían.

16 jul 2011

¿Por qué "No sólo Medicina..."?

Un estudiante de Medicina, que empieza 5º en septiembre, que lleva tiempo dándole vueltas a la idea de escribir un blog. Le gusta escribir, pero le falta la constancia para hacerlo con regularidad. Y hace unos días, de vacaciones, decide probar suerte. Y hoy, que ha vuelto de vacaciones, más moreno pero igual de cansado que cuando se fue, escribe la segunda entrada.

No sólo Medicina... Sé que si continúo con el blog, hablaré sobre la carrera, sobre las prácticas, sobre las alegrías y las penas de la Facultad, sobre la paja mental que muchas veces nos hacemos en la cabeza los estudiantes de Medicina, etc. Pero también quiero escribir sobre otras cosas, como correr, por ejemplo. O sobre libros (tengo dos en la mesilla ahora), películas (la última de Harry Potter me ha encantado). En definitiva, sobre Medicina y sobre lo que convenga.

Si llegas a este blog y te paras a leer algo, gracias. Como me dijo una amiga anoche, mientras nos despedíamos, sirve un poco de "terapia".

11 jul 2011

Correr

Sé que no soy el más apropiado para hablar de este tema. Llevo poco tiempo haciéndolo y no he leído el libro de Murakami, aunque espero leerlo algún día. No creía en ello, jamás se me había pasado por la cabeza la idea y, sin embargo, empiezo a sentir que es algo más importante de lo que yo creía.

Hace unas semanas empecé a correr. Yo, que defendía el lema "correr es de cobardes"; yo, que me escudaba en que era algo aburrido y bastante sin sentido; yo, que dedicaba mi tiempo a tareas más "elevadas". En definitiva, yo, que me compré unas deportivas con la duda de si iba a llegar a estrenarlas.

Pues ése es el que una tarde de finales de primavera, decidió dar el paso y salir a correr.  Y al día siguiente me dolían las piernas horrores. Pero volví a salir. Y así un día tras otro, casi por obligación. Y yo, que era un descreído de todo esto del deporte, empecé a tener por costumbre salir a correr por las tardes.

¿Un por qué? Porque lo necesitaba. Porque necesitaba una válvula de escape. Ayer, alguien que sabe más de correr que yo, me dijo que al correr "se libera algo más que sudor. Te hace sentir libre". Y yo no puedo estar más de acuerdo. Necesitaba liberarme de mí mismo, no de todo, sino de una parte que me lastraba desde hacía varios meses. Probablemente esto no sea nada original, pero siento que al sudar, con la sal y el agua saco de mí recuerdos, sentimientos, desilusiones y todo el veneno que no me dejaba ser. Que no permitía que yo fuera yo mismo.

Y poco a poco, voy cogiendo resistencia, tanto física como mental. Se va el veneno, cada vez queda menos. Y me siento mejor. Una vez me dijeron que no iba a cambiar, "que las personas no cambian". Quizá no sea un gran cambio, pero sí es un pequeño, y sé que los pequeños terminarán por formar uno grande.

La idea de escribir sobre esto me ha venido esta tarde, mientras subía al parque en el que corro casi a diario.