31 jul 2011

Un paso más

No confiaba en él. No se veía capaz de conseguirlo. Le dijeron «te has quedado vacío» y él se lo creyó. Y se rompió. Profundizaba en su negruga, en su cerrazón; la coraza se le había roto, se la habían roto, y se sentía desprotegido, como si acabara de nacer y hubiera sido abandonado en un lugar inhóspito. Se abandonó y se rindió. Asustado de sí mismo, decidió que la mejor opción era renunciar a la vida, rechazarla y sumirse en su desdicha, hacerla mayúscula y morir en el dolor del recuerdo.

¿Acaso había perdido el sentido? Su vida sí, o eso pensaba él. El mundo le había dado la espalda y él se sumó a esa opción. Se dio la espalda. Y se durmió. Y despertó tumbado en el suelo, las ropas rasgadas, la mirada perdida, la consciencia confusa... Aún no sabía que en ese momento comenzaba su salvación. A su lado, asustada pero decidida, estaba ella. Y le tendió la mano. Su mano. Cualquier otra hubiera fracasado, pero ella no. Ella, la única capaz de rescatarle, decidió hacerlo. Se lo cargó a la espalda -como llevaba haciéndolo tantos años, sin él saberlo- y se puso a caminar. Y con paciencia, consiguió que comenzara a dar los primeros pasos de su renacimiento.
Se fue fortaleciendo, débil todavía. Empezó a caminar solo. Tiró las muletas, le pidió a ella que le dejara intentarlo. Y salió, con miedo, inseguro de sí, pero lo hizo. Dio un paso, y un paso más. Cuando se sintió extenuado, incapaz de un sólo paso más, cometió la bendita locura de intentar dar ese último paso. Lo consiguió. Avanzó un simple paso más. ¿Simple? Estaba al límite. Y sin embargo continuó. Aquel paso fue una victoria. La primera. La primera en la lucha que empazaba a librar contra sí mismo. Se sintió fuerte y continuó, un pie tras otro, la mirada al frente, sin mirar atrás...

Él no lo sabía, pero ya había ganado.

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