29 ene 2012

El «Despopoulos»

Hace un par de semanas que empecé el nuevo semestre. Mi universidad, desde que implantó el cambio en los planes de estudio, puso los exámenes en diciembre, antes de Navidad, con lo que tras la vuelta en enero hemos empezado las nuevas asignaturas.

Nefrología, Endocrino y Alergología son algunas de las materias que acabo de empezar. Y en todas ellas hemos comenzado repasando conceptos que ya deberíamos saber: la anatomía y la histología renal, los mecanismos de acción de las diferentes hormonas... Mucha Anatomía y mucha Fisiología. Y yo me he visto en la necesidad de repasar fundamentalmente los temas de fisio. ¿Qué hago? ¿Cojo el Guyton y me pongo a leer temas y temas? Ojalá tuviera tiempo, pero no es el caso.

¿Qué he hecho entonces? Recuperar un librito que no tocaba desde segundo de Medicina, el Despopoulos. 

Éste es el Dr. Agamemnon Despopoulos, profesor de Fisiología y autor de la primera edición del libro Fisiología. Texto y Atlas, que ya va por su 7ª edición. Desgraciadamente, el Prof. Despopoulos sólo pudo escribir la primera de las ediciones, pues mientras ésta salía de la imprenta, él y su mujer desaparecieron en el mar mientras intentaban cruzar el océano Atlántico a bordo de su velero.

El libro, escrito junto al Dr. Silbernagl, continuador de la obra, es un pequeño gran libro. Pequeño en su formato (parece un libro de bolsillo) y en sus páginas (que no superan las 450) pero grande en su contenido. Toda la Fisiología incluida ahí. Y con una presentación inmejorable: cada tema se resume en dos páginas, en la izquierda el texto y en la derecha un esquema que ilustra todo lo que dice el texto. Son especialmente buenos los esquemas de las acciones hormonales, de los sistemas de reabsorción y excreción en la nefrona, del ciclo cardíaco, etc. Uno de los mejores elogios de este libro se lo escuché a mi catedrático de Fisiología, amigo personal de Guyton: «En algunos aspectos, este libro supera a Guyton». Y creo que tiene razón. El Guyton es la biblia de la Fisiología, el libro que todo médico tiene en la estantería; por su parte, el Despopoulos es el libro que los estudiantes (y me atrevo a añadir también a los médicos) tenemos en la mesa para repasar, para recordar conceptos, para ver la correlación clínica...

Muestra del libro en el que se ve la estructura de página con texto acompañada por una imagen a todo color en la que se recoge e ilustra la información del texto. (Extraído del capítulo de muestra disponible en la web del libro: http://www.medicapanamericana.com/Libros/Libro/4132/Fisiologia.html )

Las ventajas más evidentes de este libro son su tamaño, la claridad de sus esquemas, la inclusión de comentarios clínicos y fisiopatológicos y lo práctico que resulta de manejar y consultar. Lástima que no sea perfecto. El original de esta obra se escribe en alemán y la traducción al castellano (paso previo por el inglés) es susceptible de mejora. Eso queda para la editorial Panamericana, editora de esta séptima edición.

No hay patología, no se puede hacer Medicina sin conocer la Fisiología y este libro permite acercarnos a ella de una manera excepcional. Altamente recomendado.

10 ene 2012

De vuelta

Hoy he cruzado la Península de Sur a Norte. Casi mil kilómetros, eso sí, en tren. Unas siete horas de viaje amenizadas como siempre por el microcosmos que es un vagón de tren.

En el AVE, como siempre, gente que va o viene de trabajar, y que sigue trabajando mientras viaja. Es decir, gente gritando mientras habla por el móvil y hablando de dinero con muchos ceros. Quizá lo de airear el volumen de euros que mueven en un vagón repleto de gente sea despiste, quizá sea deseo de ostentanción ("ya veis, a mí la crisis no me afecta"). Allá cada cual.

En la pantalla una película para quinceañeras que me ha alentado a abrir el libro que llevaba en la mochila. A sangre fría, de Truman Capote. He leído unas cuarenta páginas y se están cumpliendo los pronósticos. Muy recomendables sus descripciones, su manera de sumergirte en la historia, de recrear la escena en la que se desarrolla la acción. Un lenguaje precioso. Mucho por aprender. Lástima que la señora de mi lado no quisiera enterarse de que el móvil se utiliza en las plataformas y sus continuas llamadas a las amigas interrumpieran mi viaje por la Norteamérica más profunda.

Y después, en el segundo tren, más tranquilo, sin nadie al lado, mitad anestesiado por los efectos del bocadillo, una pareja de ancianos que me ha sacado más de una sonrisa. No sé cuánto tiempo llevarán juntos los dos, ni qué les habrá deparado la vida, pero un diálogo de dos frases me ha servido para confirmarme que después de una vida juntos sigue habiendo ganas de querer. Y de despertar sonrisas. Siento robarles este pedacito de intimidad, pero cosas como ésta creo que se deben compartir. Ha sido delicioso:

Ella: "Claro, como tú no quieres a nadie..."
Él: "Yo te quiero a ti, y ya con eso me basta."

5 ene 2012

A los que nos enseñan

Acaba de empezar el año y después de un tiempo sin escribir me decido a retomar la tarea. Los exámenes acabaron hace un par de semanas, las fiestas más importantes ya han terminado y la vuelta a la Facultad se va acercando...

Y yo llevo desde que empezó el curso rumiando esta entrada en mi cabeza. He pensado en hablar sobre mis profesores, sobre las clases, sobre los cambios en los planes de estudio, sobre la Universidad en general y quizá mientras escriba mis ideas se vayan perdiendo entre todos estos conceptos.

Empecemos por lo esencial. No me gustan las clases que recibo. Estudio 5º de Medicina y es mi sexto año de Universidad (y he pasado por dos). Y no me gusta la enseñanza basada en problemas (tan de moda con el plan Bolonia) y no me gusta el profesor robot lector de Powerpoints hechos años atrás. Ahora explicaré por qué.

Por suerte, en estos años me he encontrado con auténticos docentes, muy pocos, profesores vocacionales. Médicos que cambiaron el fonendo por la tiza y tuvieron la lucidez de ver la importancia capital que tiene formar a los profesionales que están por llegar. Recuerdo al Dr. Ferres, catedrático de Anatomía, llegar con sus tizas de colores, colocarse de espaldas a la clase y empezar a dibujar un hueso, sobre él un plano muscular y otro y otro y terminar con la tizas amarilla y roja dibujando nervios y arterias varias. Recuerdo las explicaciones de las profesoras titulares en la sala de disección (ésa que algunos decanatos plantearon eliminar) sobre el cadáver, estudiando cada plano, cada órgano, cada referencia del organismo humano. Pasan los años y no me olvido del Dr. Carrasco, el titular de Citología, que nos dibujaba núcleos, cromosomas y demás organelas celulares. Y que, al final de cada clase, nos enseñaba orgulloso sus imagénes de células en mitosis realizadas en su trabajo como patólogo.
Recordaré siempre la insistencia con la que los profesores de Histología general se empeñaban en hacernos entender la importancia que tenía dibujar para aprender su asignatura y se me vienen a la cabeza las imágenes de células formando epitelios, de husos neuromusculares y otros conceptos. Y, por encima de todos, hay dos nombres a los que guardo una profunda admiración y un especial cariño. Al Dr. Velayos, por transmitirme la pasión por la Anatomía, por enseñarme tanto, por legarme sus libros, por sus consejos, por su manera de ver la profesión y la vida y porque lo considero un auténtico maestro. Y al Dr. Santidrián, catedrático de Fisiología, la vocación docente es él. Es admirable la dedicación, la pasión con la que prepara cada clase, con la que va llenando pizarras y pizarras, ese "orgullo torero" de saber, de aprender cada día más y de plantear un reto cada vez que uno pisa su despacho. Es un verdadero honor haber aprendido con ellos.

Grandes profesores, maestros, personas, como dice la RAE de mérito relevante entre las de su clase. Y a su lado, lamentablemente, otros que parecen ver la docencia como una carga de la que han de desenvolverse de cualquier manera. Diapositivas repetidas a lo largo de los años ("sí, son las mismas de cuando estudiaba mi hermana hace X años"); profesores que se olvidan de que tienen clase y dejan a los alumnos colgados; clases sin preparar, porque si sólo te limitas a leer, poco has de preparar, etcétera, etcétera. Y lo mejor de todo, lo incomprensible, decanatos que ven en un cambio de plan de estudio la solución a todos los problemas. Se lanzan ideas peregrinas... ¿es realmente necesaria la sala de disección? ¿y si dejamos la Fisiología sólo en tres horas semanales? ¿Eliminamos sus prácticas? ¿Reducimos las horas de microscopio? ¿Introducimos asignaturas nuevas para que los alumnos pierdan el tiempo haciendo trabajos en grupo y diseñando pseudoinvestigaciones que nos le van a servir de nada si lo que pretendemos es formar a médicos generales?

Y yo pregunto: ¿Es ésa la solución? 

Decía mi catedrático de Hª de la Medicina, con toda la razón: ¿Creen que por cambiar los planes de estudios van a mejorar algo? ¿No se dan cuenta de que los profesores seguimos siendo los mismos? ¿Que nuestra manera de enseñar va a seguir siendo la misma? Yo respondo que no, que no se dan cuenta. Que cuatro o cinco en el despacho del decano deciden por una Facultad de más de mil personas. Para qué rellenar una encuesta de satisfacción docente si ya sabemos que todo va a seguir igual. Que hay profesores que tienen la desfachatez de incluir en sus presentaciones conceptos que ni ellos mismos conocen (-Perdone, ¿podría explicar en qué consisten esos signos? -Pues mira... esto... no lo sé. ¿Son sus diapositivas o es que ni siquiera se ha molestado en hacerlas y las ha sacado de Internet?)

No puedo creer en mis profesores. No en todos. Ya he señalado al principio que existen excepciones. Muchos intentarán hacerlo bien, otros no tanto, pero algo falla. Todo lo que me dicen está copiado de un libro u otro. Yo quiero algo más. Quiero prácticas de verdad, donde me enseñen y con médicos que me quieran enseñar (Mira que le dije al decano que no me mandara alumnos de 3º, que no tienen ni idea...). Por favor, ensénñeme a ser médico, a saber tratar a un paciente, a no hacer daño, a curar cuando se pueda y a aliviar el sufrimiento y acompañar el dolor siempre. ¿No lo hacen ustedes en sus consultas y en sus quirófanos? Dejen de mirar el ordenador y fíjense que detrás de la pantalla blanca hay una pizarra negra entera para escribir y un cajón lleno de tizas. Miren hacia atrás y miren hacia delante, hacia los alumnos. Aquí estamos, queriendo ser médicos, tablas rasas de las que ustedes tienen la oportunidad de sacar lo mejor, de imprimir un carácter. No dejen huella sólo en sus pacientes, dejen algo en nosotros. No queremos autómatas vestidos con bata blanca, no creo que eso sea hacer Medicina. Porque además de en la clínica, en el quirófano o en el laboratorio, también se hace Medicina (sí, con mayúsculas) en las aulas.

Las aulas, las mismas por las que ustedes pasaron antes.