19 feb 2014

Una tarde con Salinas

Tarde de sombras. De lágrimas. Buscando un refugio, un consuelo. Un libro con páginas amarillentas. Lleva conmigo muchos años. Nos conocemos bien. Sabe -y entiende- que acudo a él sólo cuando lo necesito. No leo a Salinas por placer. Lo hago por necesidad. Y hoy, hoy más que nunca, le necesitaba. Ha bajado de la estantería a la mesita de noche y ahí se ha encontrado con Kundera y su Insoportable levedad del ser. Insoportable leer ahora a Kundera, insoportable seguir leyendo la historia de Tomás y el desconsuelo de Teresa. Hoy no. Esta tarde sólo la podía pasar con Salinas. Este poema, el último de La voz a ti debida, es para ti, a quien yo siempre deberé mi voz y mi sonrisa:

«¿Las oyes cómo piden realidades,
ellas, desmelenadas, fieras,
ellas, las sombras que los dos forjamos
en este inmenso lecho de distancias?
Cansadas ya de infinidad, de tiempo
sin medida, de anónimo, heridas
por una gran nostalgia de materia
piden límites, días, nombres.
No pueden
vivir así ya más: están al borde
del morir de las sombras, que es la nada.
Acude, ven conmigo.
Tiende tus manos, tiéndeles tu cuerpo.
Los dos les buscaremos
un color, una fecha, un pecho, un sol.
Que descansen en ti, sé tú su carne.
Se calmará su enorme ansia errante,
mientras las estrechamos
ávidamente entre los cuerpos nuestros
donde encuentren su pasto y su reposo.
Se dormirán al fin en nuestro sueño
abrazado, abrazadas. Y así luego,
al separarnos, al nutrirnos sólo
de sombras, entre lejos,
ellas
tendrán recuerdos ya, tendrán pasado
de carne y hueso,
el tiempo que vivieron en nosotros.
Y su afanoso sueño
de sombras, otra vez, será el retorno
a esta corporeidad mortal y rosa
donde el amor inventa su infinito.»

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